Todavía me acuerdo de aquel primer día. Yo me presente vestido como padrino de bautizo con mi cara de idiota y mi
experiencia bajo el brazo. Todo parecía tan diferente a lo que me esperaba, y casi hubiera podido jurar que había salido de un laboratorio escolar para entrar a otro.
Tengo que aceptar que al ver que me involucraba a un equipo de
chavales como yo me sentí aliviado, puesto a que ya me había mentalizado de que seria un mocoso trabajando con señores de basta experiencia. Para bien o para mal, esa tranquilidad me duro aproximadamente 15 minutos, pues rápidamente me di cuenta que esos
chavales de ahí ya venían de regreso cuando yo a penas iba.
No voy a negar que mis primeros días fueron complicados, y hasta tuve la
oportunidad de
tumbar un servidor y cometer algunos otros errores un poco grandes, pero de una manera o de otra, los chavales gurú me fueron guiando por el camino de la verdad, hasta que deje de ser una carga y comencé a ser algo mas o menos de utilidad.
En realidad no estoy seguro de como, ni mucho menos de en que momento, pero sin darme cuenta, un día ya éramos un equipo. Como en todo equipo peleamos, justificamos, perdonamos, volvimos a pelear y porque no, hasta limamos asperezas con un poco de alcohol... bueno, no con tan poco alcohol, pero a fin de cuentas, siempre seguíamos siendo equipo.
Hoy, por razones mas complicadas de explicar que de aceptar, tengo que separarme de esos
chavales que me enseñaron a ser gran parte de lo que soy. Mas allá del melodrama para el cual me pinto solo, y lejos de las adulaciones que se dicen nada mas porque si, les dejo mi gratitud y mi respeto, porque aunque ya no son... bueno, ya no somos unos chavales, crecimos juntos y nos vimos caer, pero jamás detenernos. Por eso, entre algunas otras razones complicadas, para mi siempre serán
los chavales gurú que conocí el primero de marzo de aquel ya lejano 2006.